LA ESTACIÓN DE AUTOBUSES

Eran pocos, pero muy ruidosos e insistentes. Unieron sus gritos y armaron suficiente

revuelo para llamar la atención del alcalde, cuatro concejales y medio diputado.

Una férrea planificación, digna de análisis y estudio, o quizá la suerte, propició que

barullo y elecciones coincidiesen. Tras la constitución y posterior disolución de los

colegios electorales, semanas de falsa negociación y escaramuzas en el congreso,

apareció una pequeña asignación de una gran partida presupuestaria.

Bombo y platillo, noticias, fotos y un proyecto de dimensiones nunca antes vistas

llegó al pueblo. Después, silencio.

Tras muchos meses de espera, mucha burocracia, algunas malas palabras y pocas

respuestas, el sonido de los martillos hidráulicos, el metal y la piedra amenizaron el día a

día de los vecinos. Un miembro del gobierno que siempre había luchado por ellos, pero

al que nunca habían visto, inauguró aquel milagro de la ingeniería. Capacidad para más

de diez personas, asientos para seis. Resguardaba del viento y de la lluvia, a veces de las

dos cosas. Y en verano, daba sombra.

Ahora la marquesina existe y el autobús no pasa.